Como ya os avancé en la primera entrega de esta colección de entradas, sigo invitando a adentrarse en el mundo de la inteligencia emocional y el tremendo vínculo que guarda con la música (es imprescindible leer la primera entrada si no se poseen conocimientos específicos en la materia).
Una vez expuesto un marco y contextualizado teóricamente, vamos a abordar el tema desde una perspectiva más pragmática, la cual se puede experimentar y practicar activamente en el aula, tanto de forma directa como indirecta y de refuerzo para nuestras actividades cotidianas.
Como podremos recordar, los principales elementos de los que se compone la inteligencia emocional son: el autoconocimiento, el autocontrol, la automotivación, la empatía y las habilidades sociales.
SOBRE EL AUTOCONOCIMIENTO
La expresión que ya advertían las enseñanzas socráticas “conócete a ti mismo”, es decir darse cuenta de los propios sentimientos en el momento que éstos tengan lugar, constituye la piedra angular de la inteligencia emocional. Reconocer nuestras emociones y el modo en el que afectan a nuestro comportamiento es muy valioso, pues nos permitirá manejar y expresar nuestros sentimientos de forma adecuada, siendo esto imprescindible para valor cuáles son nuestros principales puntos débiles y fuertes.
Para que se dé este tipo de conciencia de uno mismo, lo emocional y lo cognitivo tienen que interactuar. A causa del propio funcionamiento natural del cerebro humano, en primer lugar se perciben y sienten las emociones y, en segundo lugar, se interpretan y comprenden. Cada ser humano es único en lo que a la autoconciencia emocional se refiere y ésta es imprescindible para establecer una relación sana con uno mismo y con el entorno que le rodea. Según el psicólogo John Mayer, todos somos conscientes de sentir y percibir emociones pero, después, diferencia entre tres estilos de personas en cuanto a la forma de atender y tratar con sus emociones:
+Personas conscientes de sí mismas: éstos son conscientes, reconocen y controlan sus estados de ánimo mientras los experimentan. En general gozan de una vida emocional más desarrollada; son autónomas, conscientes de sus propias fronteras, tienen una visión positiva de la vida en general y cuando caen en un estado de ánimo negativo no se obsesionan y, en consecuencia, no tardan en salir de él.
+Personas atrapadas en sus emociones: a este grupo corresponden aquellos que son esclavos de sus emociones, sintiéndose desbordados por éstas y sin ser capaces de escapar de ellas. Generalmente, son menos conscientes de su vida emocional y, por ello, controlan menos su vida emocional, cayendo con más facilidad en estados de ánimo negativos.
+Personas que aceptan resignadamente sus emociones: los pertenecientes a este grupo se caracterizan por ser plenamente conscientes de lo que sienten pero, en cambio, aceptan pasivamente sus estados de ánimo, ya que no se encuentran con capacidad para cambiarlos o modificarlos si éstos son malos. Son proclives a los estados de ánimo negativos y se suelen encontrar poco motivados.
INFORMACIÓN SOBRE EL LIBRO “INTELIGENCIA EMOCIONAL” (1996) DE D. GOLEMAN -IMPRESCINDIBLE-
MÚSICA: VÍA DIRECTA AL AUTOCONOCIMIENTO
Si de algo se tiene que hablar en las clases de música es, tristemente y a pesar de que no sea lo cotidiano, de emociones y sentimientos; cómo generarlos, transmitirlos, la importancia que tienen en las personas y, por supuesto, cómo gestionarlos a través de los sonidos. Cómo ya he advertido antes, la raíz del autoconocimiento es el ser conscientes de nuestras propias emociones, siendo esto, a su vez, un requisito imprescindible para realizar una interpretación musical de calidad, pues sin introspección emocional no es posible la expresión y, como de sobra está demostrado por la ciencia, es una de las actividades que más potencian cerebralmente la interacción entre nuestras habilidades emocionales y cognitivas.
Como ejemplo para practicar o desarrollar esta habilidad propongo la siguiente actividad:
+Reunimos a dos o más alumnos en clase y les proponemos, como mínimo, tres sentimientos básicos o emociones como, por ejemplo, la alegría, la tristeza y el enfado/rabia. Seguidamente, cada alumno tendrá que elegir libremente un conjunto de sonidos (escalas, melodías inventadas, notas largas, improvisaciones, etc…) mediante el cual tendrá que transmitir a los demás a alumnos y al profesor cada una de las emociones propuestas para el ejercicio. Los alumnos irán saliendo de uno en uno al frente de los demás y, sin avisar previamente la emoción que interpretará, tocará cada una de las propuestas expresivas que ha pensado. A continuación, tanto el propio intérprete como los oyentes tendrán que adivinar (por escrito) cuál de los sentimientos propuestos ha ejecutado y, además, calificará del 1 a 5 el grado de intensidad con el que percibido el mensaje musical. El intérprete, que únicamente podrá disponer de un solo intento y también se autocalificará, podrá comparar al finalizar lo que ha intentado trasmitir y lo que a los demás realmente les llegó, lo que viene a ser un proceso de “feedback emocional”. En esta actividad pueden participar alumnos de cualquier nivel, incluido el profesor como intérprete activo, siendo aconsejable adaptar la dificultad de los contenidos emocionales al nivel de los participantes.
Si has leído el artículo y te atreves a dar rienda suelta a tu creatividad pedagógica y musical, te animo a que comentes este artículo y propongas una actividad musical a través de la cual podamos ejercitar el autoconocimiento, tanto personalmente como en el aula. ¡Anímense! Juntos podemos crear una gran cartera de recursos.
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Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa.
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