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POR FAVOR, ESCUCHEN AL PROFESOR DE MÚSICA.

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Muchas pueden ser las causas que lleven a una persona, adultos o de corta edad, a un aula de música. Sea como fuere, estamos tomando una inmejorable decisión.

Como bien es sabido y  está demostrado por multitud de estudios y expertos en diversas disciplinas, la práctica de un instrumento musical, en concreto, y el dedicarle tiempo y esfuerzo al entender la música, en general, ayuda a activar el desarrollo más pleno e íntegro que el ser humano pueda alcanzar. Desde los más antiguos testimonios de los grandes pensadores presocráticos, hasta las más actuales teorías como, por ejemplo, la propuesta de las  “inteligencias múltiples” de H. Gardner  o los famosos compendios sobre inteligencia emocional y social de D. Goleman, avalan esta disciplina como una completa herramienta para ampliar nuestras competencias y habilidades racionales, motrices, sociales y emocionales.

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El personaje del profesor en el proceso de enseñanza-aprendizaje es siempre de gran importancia, pero en las disciplinas artísticas, y en concreto en la música, es fundamental, prácticamente insustituible. Por la propia naturaleza de este tipo de enseñanza y la preestablecida estructura individualista de las clases (tema que está plenamente a la vanguardia de debate, pero en el que ahora no vamos a ahondar), la figura del docente es mucho más que eso. Debido a ese modelo tan personalizado de clases, los contenidos, competencias y habilidades que el profesor ayuda a desarrollar van mucho más allá de lo meramente musical, ya que son incontables las horas que profesor y alumno pueden llegar a pasar a solas.

Independientemente de si los alumnos son adultos, adolescentes o niños, el propio transcurso de los días puede y acabará convirtiendo al profesor en una especie de psicólogo o “coach”, un amigo muy especial, sobre todo porque, antes o después y dependiendo de cómo se gestione el aprendizaje, se empezará a hablar y trabajar el campo puramente emocional; reconocer, crear y expresar, es decir, nuestro lado más íntimo y humano. “Expresar emociones”, ese concepto que divierte a los más pequeños, sonroja a los “quinceañeros” y que resulta un completo tabú para muchos de los más maduros.

De esta forma, la música, en sí misma, deposita una gran responsabilidad sobre difusores y aprendices. Por ello, voy a dividir el texto en dos propuestas diferentes: una destinada hacia alumnos o padres/madres de los mismos y otra hacia los profesores.

Ustedes, alumnos y/o responsables de los mismos…

    …aprecien, valoren y sean capaces de sacrificarse por la clase de música, porque si apreciemos tener herramientas para automotivarnos, si nos gustaría ayudar a convertir nuestra autoestima en un fiel aliado, si queremos ser capaces de percibir los resultados de un sacrificio o si queremos ser personas emocionalmente inteligentes (entre muchas otras cosas), será muy necesario tratar este tema como se merece.

La música, o la educación artística de calidad en general,  no es más importante que otros campos de desarrollo como el deporte o la “educación” obligatoria, simplemente es muy importante. Cada vez que alguien menosprecia la educación musical o, peor aún, cada vez que un padre o madre realiza un comentario desvalorizador al respecto delante de sus hijos/as, se está cometiendo un grave atentado contra una de las herramientas que más eficientemente pueden llegar a producir el desarrollo íntegro del individuo en todas sus etapas, desde el nacimiento hasta la vejez.

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Nosotros, los profesores…

    …no podemos obviar esta responsabilidad, somos acreedores directos del enorme valor de aquello que intentamos transmitir. Tenemos que ser conscientes de ello, esmerarnos en cada clase como si de una virtuosa interpretación se tratase, elaborar estrategias de aprendizaje a corto y largo plazo, identificar aquellos problemas que van más allá de lo meramente musical y cómo podemos ayudar, ampliar nuestras habilidades y competencias a través de una formación amplia y continua y, sobre todo, hacer pedagogía de la experiencia; cada clase, cada alumno y cada curso nos han de hacer mejorar y de no caer en la inercia laboral, porque nuestros alumnos evolucionan, no son un producto estático, y nosotros debemos evolucionar paralelamente, es más, un paso por delante o, de lo contrario, nos quedaremos atrás.

No podemos exigir respeto ni imponer valor si no presentamos una actitud recíproca. Tampoco podemos olvidar lo mucho que podemos influir, conscientemente o no, en la vida de una persona, sobre todo y desde mi punto de vista, de los más pequeños, porque tras horas y horas de clases individuales o muy reducidas, transmitimos infinidad de valores, habilidades, opiniones, actitudes y aptitudes, es decir, educamos con mayúsculas.

EMOCIONES

Padres, madres, alumnos y profesores, concienciémonos, valoricemos, no cuestionemos, no obviemos, escuchemos, analicemos, seamos responsables,  exigentes y capaces de ver más allá, pues toda arma es válida para la guerra que la educación artística libra actualmente con las instituciones  y parte de la sociedad en general o, simplemente, con todos aquellos que no han tenido la suerte de acceder a una educación musical de calidad; con profesores responsables y cercanos a un contexto que les haya permitido sentir “el valor”.

 

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Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa.

 

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En nuestros días, la era de las telecomunicaciones y la información instantánea, y en consecuencia al desarrollo tecnológico e informático, estamos siendo testigos de la transformación y desuso de muchos valores o prácticas puramente humanas e inherentes a nuestra propia condición como seres sociales. Una de las características de las personas (o personalidad) que más ha captado mi atención y admiración en los últimos años ha sido la humildad y, sin ninguna duda, debido al cúmulo de experiencias que he vivido entorno al mundo de la música y la gente que ahí me encontré.

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SOBRE LA HUMILDAD…

Llegados a este punto, me gustaría ahondar en el valor anteriormente mencionado: la humildad. En primera instancia, se puede definir como la actitud de una persona que posee autoconocimiento de sus límites y debilidades, reconoce sus fallos y fracasos, no vanagloria sus logros y actúa consecuentemente a ello. Por encima de la perspectiva teórica, y desde mi punto de vista, está la práctica del mismo y los beneficios que trae consigo para el que intente interiorizarlo y para su entorno.

musician-623362_640La humildad genera empatía (y viceversa), ayudándonos a estar cerca de los demás sin más interés que crecer y sumar, elimina el miedo a quedarse atrás y nos ayuda a aprender y enseñar a admirar sin necesidad de hacer sentir pequeños a los demás, pues no entiende de tamaños y no genera frustraciones en consecuencia de agravios comparativos. Una persona humilde es valiente, ya que no tiene miedo a equivocarse, pues lo reconocerá y aprenderá de ello, además, sabe criticar constructivamente y recibir críticas, uno de los factores bisagra del relacionarse con éxito y del aprendizaje social. Alguien humilde es sensible con su entorno, le ayuda a entenderlo tal y como es y logra escribir el guión de su propio personaje.

Asimismo, interiorizar la humildad nos hace disfrutar de los éxitos como consecuencia del sacrificio y del esfuerzo y no como derecho intrínseco y adquirido (supuestamente) a través de los mismos. Contrariamente a lo que se pueda intuir, la humildad no trae consigo una falta de autoestima, todo lo contrario, porque al igual que nos enseña a no alardear de los premios, no permite que nos hundamos por nuestros defectos y miedos, es más, nos dota de herramientas para mejorarlos y superarlos.

¿QUÉ RELACIÓN TIENEN LA HUMILDAD Y LA MÚSICA?

equilibrioComo ya he preludiado antes, la música, como disciplina artística, social, teórica y práctica, nos ayuda a hacer pedagogía de la importancia que tiene esta aptitud y actitud humana. Dentro de la música, la cual abarca distintos tipos de colectivos en los que se interactúa con la humildad, he distinguido entre 4 grandes grupos que, entre su membresía, suelen guardar unas mismas experiencias, visiones y relaciones entre música y humildad.

EL PÚBLICO

Entre aquellos individuos que tengan un mínimo de sensibilidad y salvando excepciones, existe un denominador común entre aquellas personas que se exponen a una manifestación musical en cualesquiera de sus formatos; la capacidad de admirar y de valorar una actividad o habilidad ajena. Independientemente de que sean (o no) profesionales los ejecutantes, el público suele valorar, consciente o inconscientemente, el esfuerzo, sacrificio y templanza, entre otras virtudes, que hay detrás de una actuación.

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A veces, puede que encontremos individuos que sean reacios a pensar, y muchos más a exteriorizar, esa valorización de lo ajeno, argumentándose a sí mismos que no tiene tanto valor la actividad o comparando una habilidad o sapiencia propia con lo percibido con el fin de no sentirse “pequeños”, es decir, una mentalidad no humilde. Por otro lado, como norma general y haciendo acopio de la magia de la música, el público genera valor y practica la humildad al exponerse, como ya he comentado anteriormente, a cualquier tipo de  manifestación musical que guarde una mínima calidad e intencionalidad artística.

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MÚSICOS NO PROFESIONALES

Muchos recurren a la música como entretenimiento, vía de expresión artística y creativa, etcétera. En general, las personas llegamos a la música para lo que se suele llamar “autorealizarse”. Desde una perspectiva intrapersonal, debido a las características naturales de la práctica musical y si pretendemos dominar mínimamente habilidades al respecto, es necesario desarrollar aptitudes como la perseverancia, asumir críticas de terceras personas y, por básico que parezca, el esforzarse por algo en general.

Desde un punto vista social e interpersonal, pertenecer e interpretar música en conjunto o en grupo refuerza en gran medida la práctica de actitudinal de la humildad. Esto es debido a que siempre vamos a tener a alguien en nuestro entorno del que aprender y al que enseñar. Por ejemplo, independientemente de ser un gran profesional de prestigio en cualquier campo, podemos tener la experiencia de crecer, directa o indirectamente, con la ayuda de otros socialmente mucho menos valorados, asimismo, los miembros más veteranos de un grupo o aquellos que poseen una dilatada experiencia en la práctica grupal, suelen ser embajadores de esto, ya que premian las conductas humildes y disfrutan, e invitan a disfrutar,  de los beneficios que llevan toda la vida experimentando.  (Más información en:  “CARTA ANÓNIMA DE UN PROFESOR DE ESCUELA DE MÚSICA” Y REFLEXIÓN. )

ESTUDIANTES Y ASPIRANTES A PROFESIONALES DE LA MÚSICA

Cuando se empieza a estudiar música todos somos humildes, todos tenemos uno o varios profesores/as de los que aprendemos y, normalmente, les solemos admirar. Según vamos adquiriendo profesionalidad en nuestras habilidades y si el entorno no lo impide, a veces nuestra humildad entre en crisis, ya que al sentirnos destacar respecto a un grupo determinado podemos no hacer buen uso de nuestra nueva posición. Ante esta situación, familiares, amigos y, sobre todo, los tutores musicales, debemos detectar e intentar hacer ver y sentir las limitaciones que se pueden obtener al alejarse de la humildad en la música y, como refuerzo positivo en los casos que sea necesario, hacer pedagogía de los beneficios que trae consigo a corto y largo plazo, profesional y personalmente, la práctica del valor matriz que estamos abordando.

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Hay que instruir en la humildad, porque un estudiante humilde no se frustra por sus esfuerzos sin recompensa, no tiene miedo a mostrar sus debilidades en público y será aceptado y bien recibido allá donde vaya; aprenderá más, mejor, y más rápido, así la humildad le ayudará a conseguir sus objetivos y a disfrutar y compartir sus presentes y futuros éxitos.

MÚSICOS PROFESIONALES

Dedicarse a la música profesionalmente es una carrera de continuo autoconocimiento y constante autorregulación del propio ego. Para empezar y en el intento de describir a un músico (con mayúsculas) humilde, hay que retomar y subrayar la totalidad del contenido aportado al principio durante la propia definición del valor. A parte, como todos saben, la humildad se premia y el divismo y egocentrismo se castigan, ¿por qué?, porque desde la humildad hacemos crecer a los demás y desde el divismo mostramos grandilocuencia, pero haciendo sentir pequeños, de forma casi intencionada, a los que nos rodean. Todo ello podríamos tacharlo casi de intolerante, ya que es incomprensible e inasumible que sea común en el sector de la música profesional las prácticas prepotentes y arrogantes, en una disciplina tan social, integradora y educativa como es el arte de la música.

Por suerte, grandes músicos del pasado y del presente, provenientes de todas las subdisciplinas, son y serán recordados por ser o haber sido grandes representantes de la humildad y, por lo tanto, de humanismo, siendo este valor uno de los verdaderos y más puros ingredientes de éxito y liderazgo conocidos.

ESCENARIO

No hay cambio de conducta ni actitud sin un pensamiento previo que así lo provoque. En base a ello, espero haberles ayudado a reflexionar y revalorizar todo lo que envuelve y entrelaza a la música, en todas sus facetas, y la humildad, dos elementos con mucho valor y con una cosa muy clara en común: hacer crecer.

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