¿QUÉ ES EL TIEMPO? EL TIEMPO COMO RECURSO
El tiempo, como concepto, es algo altamente complejo y su definición, experimentación y gestión personal del mismo, por ende, lo son también. A pesar de que ni los propios expertos mundiales en física teórica se ponen de acuerdo ni sobre su propia existencia, y pasando por alto su abrumadora complejidad, todos asumimos una organización matemática del mismo basada en una división y subdivisión de los movimientos de rotación y traslación de la Tierra y en medio de gran entramado físico, metafísico y astrológico.
Sea como fuere, y gracias a la inestimable ayuda de la precisión brindada por la evolución tecnología, todos asumimos la materialización de dicho recurso resumiéndolo en entendibles, y matemáticamente relacionadas, porciones (años, minutos, segundos, semanas, días, horas, etcétera).
(DOCUMENTAL RECOMENDADO) REDES: “EL TIEMPO” (E. Punset)
En este contexto, entendemos un día por el trascurso de 24 horas (casi exactas) o, dicho de otra forma, desde que el sol vuelve a estar en el mismo punto después de un movimiento terrestre completo. Día tras día (dicho como expresión y no como unidad de medida), organizamos y alineamos nuestras vidas respecto a este fenómeno que no podemos controlar. Por otro lado, lo que está claro es que nuestra concepción y entendimiento del tiempo es lineal, es decir, nunca volveremos a vivir (conscientemente, al menos) el día de ayer. Todo ello, convierte al tiempo, el escenario de nuestras vidas conscientes, en un recurso indomable, limitado e irrecuperable.
Sigamos en la línea de la concepción del tiempo como un recurso, y comparémoslo con el recurso por antonomasia de nuestros días; el dinero. Ve al cajero, saca 50 euros, contémplalos por unos segundos y disponte voluntariamente a rasgarlos, quemarlos, dejarlos tragar por una alcantarilla o cualquier otra creativa forma de desecharlos que se te ocurra. A priori, parece completamente absurdo, incluso se puede llegar a sufrir un poco de agobio sólo con imaginarse la situación, en cambio, hay noches que nos disponemos a conciliar el sueño y, lejos de poder compararlo con exactitud, hemos tirado por la borda una incomparable cantidad de valiosos recursos en clave de segundos, minutos y horas.
Generalmente, a la hora de gastar dinero o, económicamente hablando, realizar una inversión, solemos vigilar y meditar minuciosamente (dependiendo del contexto y la persona), la amortización de dicho gasto en forma de bienes o servicios. En cambio, cuando disponemos de un periodo de tiempo “libre” para disfrutar y manejar lejos de “nuestras obligaciones”, no solemos usar la misma vara de medir. ¿Por qué?
¿Por qué no le damos la misma o mayor importancia al tiempo que a otro recurso como es el dinero? El dinero lo vas a volver poder a ganar, es un recurso al que se puede acceder “ilimitadamente” y que se puede suministrar y generar, pero, en cambio, el tiempo no, pues una vez que éste expire, una vez que lo inviertas o dejes pasar de forma inerte, no podrás volver a ese momento; sólo pasa una vez y no me refiero precisamente al “carpe diem”.
Con todo esto no pretendo situar jerárquicamente a la alza el tiempo respecto al dinero, pues del dinero comemos; en el tiempo comemos, del dinero “vivimos”; en el tiempo vivimos y, curiosamente, solemos necesitar tiempo para ganar dinero. Simplemente, es una reflexión personal sobre cuánto, cómo y por qué, valoramos tanto un gasto de dinero y, a veces, tan poco un “gasto” de tiempo.
Ahora bien, ¿cómo calculo una inversión de tiempo? ¿Qué es un tiempo “bien invertido”? Aquí ya nos adentramos en lo que filosóficamente hablando se denomina una “cuestión teleológica”, es decir, el propio estudio de los fines perseguidos por un objeto o ser. En nuestro caso, el de los humanos, se podría relacionar el uso de nuestro “tiempo libre” (dejemos al margen el que ocupamos en nuestras obligaciones como miembros de una sociedad) con el intento de cosechar situaciones de éxito que procuren nuestro acercamiento a la felicidad (mencionamos y cerramos fugazmente la “caja de pandora” de la felicidad).
Coetáneamente, en la industrializada Europa occidental, dando por superada la relación de éxito con la mera supervivencia física, y fuera de esto, sin obviar la Pirámide Motivacional de Maslow, una versión individualizada de un tiempo “bien invertido” puede ser aquella que nos acerque de la forma más eficiente a la consecución de nuestros objetivos, pudiendo, a su vez, ser de naturaleza social, profesional, familiar, ideológica, naturalista, religiosa o puramente hedonista (búsqueda del placer sensorial).
Desde hace décadas, y debido a los imparables e impresionantes adelantos en áreas como la industria, informática, telecomunicaciones, transportes y ese “arte de conquistar mercados” llamado marketing, estamos sobreestimulados hacia el consumo de productos y servicios, haciéndonos llegar innumerables, tentadoras y atractivas ofertas sobre en qué gastar nuestro tiempo y traduciéndose en dificultades para tomar decisiones al respecto. Lamentablemente, en muchas ocasiones optamos por la opción que menos nos acerca a la consecución de nuestros fines (a menos que sean puramente hedonistas), de nuestro rumbo marcado y caso de éxito personal, ya que el que se nos pone por delante es más asequible desde el punto de vista del esfuerzo o sacrificio.
El caso es que, 24 horas más tarde cuando el sol se ha vuelto a posicionar de nuevo en el mismo lugar, quizás hayamos dejado pasar otro día sin reflexionar ni valorar cómo y en qué hemos gastado nuestro recurso más complejo y, para muchos, valioso; el tiempo.
Es muy sano y recomendable, además de estar comúnmente ligado a las costumbres y hábitos de aquellas personas consideradas como “más exitosas” y eficientes, el concretar y evaluar nuestra política de inversión de esta moneda que todos llevamos repartida equitativamente, equipada “de serie” desde el nacimiento por el mero hecho de existir y hasta que se apague el reloj de nuestras vidas.
Bajo mi opinión y experiencia personal, sólo con dedicar unos minutos al comienzo o final del día a pensar sobre ello, sobre cómo y en qué gastamos nuestro tiempo y si verdaderamente estamos de acuerdo al respecto, cambia tu visión y trascendencia respecto al proceso de toma de decisiones concernientes al mismo.
¿EN QUÉ USAMOS EL TIEMPO? ¿ES LO QUE REALMENTE QUEREMOS?
Sí, estamos hartos de consumir información respecto a cuánto tiempo “invertimos” en ver televisión, deslizar el dedo por distintas redes sociales, videojuegos, series online, etcétera. Aun así, volvemos a la cama, jornada tras jornada, y no reflexionamos, sobre cómo y por qué hemos distribuido nuestro “tiempo libre”, si el uso del “gastado” a lo largo del día nos ha acercado a cumplir nuestras metas propuestas, en el caso y suerte de que se tengan e independientemente de su naturaleza (algo muy personal como ya se comentó anteriormente), o si sólo lo hemos dedicado a entretenernos, sin más.
INFOGRAFÍAS SOBRE EL USO COTIDIANO DE LAS REDES SOCIALES (Uno de tantas fuentes que nos informan sobre el uso e inversión de tiempo que dedicamos a las redes sociales).
Hace tiempo que pienso con cierta firmeza que se ha “viralizado” y asumido socialmente el derecho a divertirnos de la forma menos sacrificada posible, infundido y potenciado por las fuerzas del consumo. Sí, llevas todo el día aguantando a tu jefe, sonriendo falsamente a clientes a los que tienes que vender algo, realizando un trabajo que requiere un gran esfuerzo físico o sometido a un mucho estrés laboral y, en muchas ocasiones y sólo por eso, hacemos nuestro el derecho a no esforzarnos en el resto de día o semana.
Sí, estamos en nuestro derecho a hacer lo que nos de la real gana, pero debemos de tener muy presente que la base fisiológica y humanística del crecimiento, de la mejora, está en el esfuerzo, en el sacrificio; tus músculos sólo crecerán sin han trabajado duro previamente, tu cerebro sólo creará más y más fuertes conexiones si ha habido una concentración y esfuerzo intelectual previo, tu disciplina personal estará presente si llevas a cabo una actividad cuando ésta se requiere para su mejora y no sólo cuando se tengan ganas, y tus valores éticos y morales sólo te harán más humano cuando los lleves a la práctica a pesar de tus intereses en un momento concreto.
Obviamente, y además de ser totalmente recomendable, necesario y otra forma de decidir cómo invertir este recurso, tiene (o puede) que haber hueco para el descanso, para la desconexión total, para el ocio y la sociabilización, para el “no hacer nada” tumbado en el sofá, la cuestión es, ¿qué porcentaje de tiempo del que disponemos usamos para esta labor? ¿Hemos dedicado esa necesaria parte del día a perseguir nuestros sueños y ambiciones? Y mañana, ¿qué? Esto, es algo cuya reflexión y análisis corresponde únicamente a uno mismo.
EL GUIÑO DE LA MÚSICA Y EL DEPORTE SOBRE LA GESTIÓN DEL TIEMPO
Tanto la práctica seria y regular de cualquier disciplina deportiva, como la de otras artísticas y, en concreción, de la música o la danza, suele hacer reflexionar y experimentar, directa e indirectamente, sobre la inversión longitudinal y estructural del tiempo a aquellos que se ven inmersos en alguna de éstas. De esta forma, cualquier músico y/o deportista sabe, y tiene perfectamente interiorizado tras una mínima estancia en estos mundos, que no es lo mismo dedicarle 7 horas 1 día a la semana al perfeccionamiento o entrenamiento de una habilidad, frente al hacerlo 1 hora durante 7 días a la semana, es decir, mismo tiempo total pero distinta distribución.
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Cuando nos involucramos voluntaria y pasionalmente en el estudio de la música, y la indispensable práctica de un instrumento, asumimos la carga de más responsabilidades, responsabilidades que se traducen en inversiones de tiempo que, si deseas alcanzar las metas propuestas (dominar un instrumento y entender la música como disciplina técnica y artística), tendrás que redistribuirlo, ya que, por mucho que lo estires, es el mismo para todos, y, si no lo haces correctamente, nunca llegarás a conseguir la continuidad necesaria para saborear la meta propuesta.
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Al incluir voluntariamente más tareas u objetivos en nuestra lista diaria, como puede ser, insisto y por ser muy buenos ejemplos comparativos, practicar un instrumento o entrenar algún deporte, asumimos que debemos volver a planificar la gestión del tiempo del que disponemos, incluso, a lo mejor, nunca nos hemos llegado a plantear que éste necesite ser estructurado y calculado como si de “llegar a fin de mes” se tratase (económicamente hablando). Colateralmente, por el mero hecho de intentarlo y exponernos a dicho dilema, nos convertimos en personas más responsables, sólo si necesitamos, tanto desde el punto de vista emocional como del racional, reflexionar sobre el uso de nuestro tiempo, propiciaremos un aumento de las capacidades de gestión del mismo.
Introducir el estudio de la música en la etapa escolar (o también en adultos) y/o la práctica seria de algún deporte, puede propiciar, debidamente gestionado, vigilado y planificado por las familias y profesionales, la interiorización de valores y aptitudes que modifiquen y repercutan en la propia personalidad del alumno o persona y, por supuesto, en su propia capacidad y visión respecto a la gestión del tiempo y la consecución de las metas propuestas.
Una de las mayores lecciones y valores que podemos transmitir a través de la práctica instrumental, es que el tiempo no se puede tocar, no es tangible, pero, en cambio, se puede y necesita administrar sí deseamos cosechar buenos frutos en nuestro trabajo e inversión tiempo/esfuerzo.
CONCLUSIÓN PERSONAL
Por lo que habréis podido comprobar, esto no es un texto científico sino meramente reflexivo, en realidad, está es sólo una versión más sobre un tema muy complejo y personal. He llegado hasta aquí por necesidad; muchas metas por alcanzar, muchas dudas que aclarar, muchos campos e intereses que cultivar, muchas responsabilidades que cubrir y muchas ganas por sentirme vivo y rodeado de gente de la que aprender y con la que disfrutar.
Con toda probabilidad, no hayamos aprendido nada nuevo al leer estas líneas, nada que no supiésemos ya, por lo que mi principal objetivo, como casi siempre, no es enseñar ni mostrar verdades, sino propiciar una reflexión e introspección sobre algo tan transparente como trascendental como es la gestión de nuestro propio tiempo, tiempo que se traduce en horas, días y semanas y del que se componen nuestras vidas.
Planificar (o no) escrupulosamente nuestro tiempo es cuestión de experiencia, hábito o, en muchas ocasiones y como me ocurre a mí frecuentemente, pura necesidad. No somos ordenadores, no somos robots, el transcurso de la vida no es, cuanto menos, pronosticable, pero lo que está claro es que si existe la voluntad de intentarlo estaremos más cerca de conseguirlo que si desistimos desde un principio.
Quizás, nunca vayamos a acabar de entenderlo, pero cuestionarnos de vez en cuando, día tras día a ser posible, cómo usamos nuestro tiempo en relación a nuestros objetivos, nuestras metas, aquello que nos hará saborear el éxito o estar en el camino de ello, puede ser tan trascendental cómo que de ello dependo el ser cada vez un poco más felices o, al menos, intentarlo.
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Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa.
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