MÁS ALLÁ DEL MARKETING DE LA EDUCACIÓN MUSICAL

Sí, es cierto; la educación y práctica de la música contiene y trae consigo un descomunal poder de desarrollo de la actividad cerebral, emocional, de las habilidades sociales y del plano físico-motriz en aquellos que se exponen a ésta. Además, es altamente terapéutica para los humanos, animales y plantas. Está relacionada con algunas de las teorías más vanguardistas de desarrollo intelectual y emocional, como, por ejemplo, con la “Teoría de las Inteligencias Múltiples” de H. Gardner, o con la recopilación científica: “Inteligencia Emocional”, de D. Goleman, además de otro largo etcétera.

Por otro lado, desde el punto de vista antropológico, no se conoce cultura o civilización que no haya tenido su propia forma de gestionar los sonidos con cierta estrategia, intención y/o funcionalidad. Y por no hablar del papel que la aparición del famoso “gen musical” pudo jugar en la mismísima evolución del ser humano.

Toda esa información, además de ser cierta, según lo constatan universidades y otras instituciones a través de innumerables estudios y experimentos científicos y humanísticos, trae consigo aciertos y errores en lo referente a su uso, consumo y distribución.

Continuamente, la comunidad educativa y musical, tanto docentes como intérpretes, divulgan y difunden todo tipo de artículos, infografías, vídeos, documentales y otro tipo de contenidos sobre los múltiples y polifacéticos beneficios del estudio o práctica de la música. Hasta ahí, todo bien, maravilloso. A priori, no se le ve puede sacar ningún inconveniente, ¿verdad? Continuemos.

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¿POR QUÉ DIVULGAMOS LA MÚSICA?

Hay una única razón: interés. Sí, aunque no acabe de sonar bien del todo, es el interés, pero ahondemos en ello, pues a pesar de que la primera reacción ante esta respuesta puede ser aversiva, analicémosla.

En un primer momento, cuando hablamos del interés que puede haber detrás del marketing de la educación musical o de la música en general, pensamos en cómo utilizamos estratégicamente la información para un beneficio personal, prioritariamente enfocado a lo económico, como puede ser conseguir más alumnos para obtener más trabajo, que amplíen tu jornada laboral si eres profesor interino, o que no la mermen en caso de ser cosechar bajas, por ejemplo. Sí se ha elegido la música como profesión es porque se pretende vivir de ello, es decir, trabajar a cambio de una remuneración justa, y si uno se esmera por trabajar mejor y esforzándose por ello, también le gustaría obtener una mayor compensación, tanto si procede como no.

Asimismo, podemos recurrir al interés en lo referente al prestigio o reconocimiento social y/o profesional, ya que, en muchas ocasiones, los músicos tenemos adherido un complejo de inferioridad no consciente que nos empuja a tener que justificar constantemente el valor de lo que hacemos ante la aparente incapacidad de otros por apreciarlo, o nuestra por no hacérselo llegar como probablemente necesitan. A todo el mundo le gusta que valoren su labor/trabajo, y quién diga que no, miente.

Por otro lado, también está la perspectiva más humanizada y altruista del interés, y no es otro que el propio amor al prójimo y a velar por el bienestar y desarrollo positivo de la raza humana. Al igual que un servidor, los que lo han experimentado en primera persona sabemos que la música es buena en sí misma; mejora a las personas y al entorno que le rodea, y puede que, para algunos, no exista otro fin en divulgarla más allá de esta raíz. ¿Quién, salvando casos personales y excepcionales, no puede desear el bien a los demás? De tal manera, parece obvio y lógico.

Entonces, hay que ser conscientes de que la inmensa totalidad de los profesionales de la música, dependiendo de sus características personales, se bate, aunque en distintas proporciones dependiendo de cada caso, entre los distintos tipos de interés definidos antes (a “grosso modo”) a la hora de divulgar los “beneficios de la música” a través de distintos medios y formatos.

 

CÓMO, DÓNDE Y QUÉ.

Todo tipo de estudios, vídeos, infografías o artículos que alguna persona o institución creó en base a una mezcla de los intereses antes mencionados, se difunden y son consumidos en medios como, principalmente y casi en exclusiva, las distintas redes sociales.

Resulta realmente fácil y accesible, ya que, con tan sólo dar a un botón, compartimos un artículo que, por ejemplo y en muchas ocasiones, no hemos terminado ni de leer o sólo hemos ojeado superficialmente, excluyendo, por descontado, que hayamos podido analizar la información consumida para poder, si procede, reflexionar e interiorizar la misma. Es indistinto, porque si intuimos que puede reforzar nuestro “interés”, lo haremos una y otra vez, sin tregua.

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MÁS ALLÁ DEL MARKETING DE LA EDUCACIÓN MUSICAL

¿Es necesario?: sí, pues hay que dar a conocer los beneficios de la misma, que para eso innumerables científicos y pensadores de diversas disciplinas lo han estudiado empíricamente, experimentado al respecto y redactado reflexiones sobre ello, pudiendo afirmar a día de hoy, fundamentándose en miles de estudios llevados a cabo, que la música es tan sumamente buena como se puede apreciar sin la estricta necesidad de usar la lupa científica.

¿Debe de ser estratégico?: sí, ¿por qué no? En resumidas cuentas, cualquier tipo de marketing es estratégico y mediante él se persigue un/unos objetivos concretos, como puede ser llenar un aula de alumnos, una banda de miembros o, simplemente, dar a conocer un dato o estudio concreto porque crees que saberlo puede ser beneficioso para terceras personas.

¿Debe ser selectivo?; sí, por supuesto. No todo vale, hay que ser cuidadoso; filtrar y seleccionar bien aquello que vamos a compartir, puesto que compartir algo en un medio social, actualmente, es como gritar algo a los cuatro vientos hacia miles de personas. Puede que estemos echándonos las piedras a nuestro propio tejado, hay que calcular y reflexionar bien sobre ello.

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ERRORES FRECUENTES DEL ACTIVISMO DIVULGATIVO MUSICAL

1) Vender la música como una disciplina utilitarista:

Es muy frecuente toparse con contenidos que defienden el papel de la educación musical desde el punto de vista utilitarista, es decir, acceder a ella para conseguir un fin “superior”. Con eso conseguimos que muchos padres y madres busquen la música como una actividad que es buena para sus hijos porque están plenamente convencidos de que eso les hará de tener mayores capacidades para los idiomas, las matemáticas, la psicomotricidad o, en general, el rendimiento escolar.

¿Es mentira todo lo anterior? No, y así lo constata la ciencia, pero es muy peligroso atraer al público hacia la educación musical con argumentos utilitaristas, ya que en el momento que encuentren otra actividad que les hagan creer que con ella conseguirán mejor sus fines, y menos sacrificada, abandonarán el interés por que sus hijos/as sigan instruyéndose en la interpretación musical.

Invito a toda la comunidad musical a defender que los beneficios de la música son inherentes a ésta, vienen de serie con un mínimo de constancia y regularidad en su cultivo, por lo que hay que tener cuidado y vigilar que no se opta a ella como disciplina vinculante a conseguir un objetivo “más allá” de la misma.

 

2) Desconocer (o conocer vagamente) aquello que divulgamos:

Es muy peligroso transmitir y hacer uso información que no conocemos con un mínimo de  profundidad y, sobre todo, en el terreno profesional. Asimismo, hay que ser exigente con los contenidos que consumimos; su veracidad, su formato, sus fuentes, sus creadores, discernir bien cuando es de índole científico y cuando reflexivo o de opinión, pues la cosa cambia, y mucho.

Hay que ser exigentes y filtrar escrupulosamente. Se pierde mucha veracidad, tanto desde la perspectiva individual (el propio divulgador), como colectiva (el sector profesional), cuando se usa o comparte información que no es de calidad; vídeos, artículos o contenidos en otros formatos (se nota a la legua) que han sido creados para sumar visitas o “clics”. Hay que decir no al sensacionalismo divulgativo musical, al menos por mi parte.

Por otro lado, hay que ser ambiciosos y exigentes con el conocimiento y la argumentación. Es necesario ser conscientes de que, por haber leído un par de artículos de, normalmente, poco menos de mil palabras, o haber visualizado un vídeo de unos minutos, no sabremos sobre ese “algo” ni estamos preparados para venderlo ni trasmitirlo como tal. Invito a contrastar y profundizar, mínimamente, antes de darlo por bueno (o malo) y comunicarlo a los cuatro vientos. Básicamente, por respeto al conocimiento y a aquello que intentamos demostrar/valorizar. Hoy en día lo tenemos muy fácil, pues hay infinitas y muy asequibles formas de profundizar en una temática.

 

3) Abusar del activismo musical:

El interés, empujado por el entusiasmo que muchos sentimos por la música y su magisterio, puede hacernos caer en un exceso de velocidad en cuanto a divulgar los beneficios de la música, siendo la multa el azote de la indiferencia por parte público potencial al que intentamos llegar/convencer.

Un buen producto, como es la música, y como todo el mundo sabe, no necesita de un marketing masivo, invasivo y poco selectivo hacia consumidor final: la sociedad, pues puede provocar el efecto contrario y puede hacer caer en la sensación de que, si tan bueno es, no tendría que necesitar esa constante justificación de la que, como ya comenté anteriormente, pecamos los profesionales de la música en muchas ocasiones.

El mejor marketing no es el imponer y acribillar con información sobre cómo y cuánto cambia la música a las personas, sino invitar a experimentarlo y ayudar a vivenciarlo, dándose cuenta por uno mismo del mensaje que queremos transmitir y hacer llegar. Aprendizaje sobre la experiencia.

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EL MEJOR MARKETING: EL TRABAJO DIARIO

Por fin llegamos al punto final del mensaje. Todo lo anterior ha sido un simple análisis y contextualización para entender mejor la esencia de lo que intento transmitir.

El mejor y más puro marketing de la educación musical es el que se demuestra en el trabajo diario, sobre el terreno de juego; en el aula. La más íntegra divulgación tiene cabida esforzándose en cada clase como si de una delicada interpretación se tratase, no dejándose llevar por la inercia de la comodidad docente, detectar problemas o posibles mejoras de rendimiento de los alumnos y no sólo cuando se presentan dificultades aparentes y buscar el mejor y más apto material didáctico para cada situación.

El mejor marketing radica en la ambición pedagógica del docente y su continua formación y auto-evaluación. Está muy bien argumentar que la música es buena porque ayuda a desarrollar decenas de capacidades (porque así es en verdad), pero de nada sirve compartirlo en tu Facebook, ni pegar un póster en la entrada de tu conservatorio si después no sabes realmente cómo y qué elementos del proceso de enseñanza-aprendizaje intervienen en ello.

Hay que intentar y evitar defraudar a la gente que confía en ti como profesional de la música y su docencia, es decir, que el balance de lo que se ofrece y “vende” esté equilibrado con las capacidades reales de lo que podemos aportar, y eso sólo se puede conseguir a base de auto-conocimiento profesional, pasión por tu labor, formación constante y una sed insaciable de crecer como mediador entre la música y esas nuevas personas que harán de ella una pequeña parte de sus vidas.

 

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Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa.

 

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