ARTES ESCÉNICAS Y LA NECESIDAD DE HACER PEDAGOGÍA DE “LA EXPERIENCIA”.

El origen de las manifestaciones artísticas de escena se remonta a miles de años atrás. El uso de la música y las representaciones teatrales o de danza, así como la fusión de cualquiera de las anteriormente mencionadas, como por ejemplo y entre otras, la ópera, la zarzuela, el ballet o el teatro musical, guardan un denominador común: la funcionalidad. Todas ellas tienen y han tenido un porqué, la función de satisfacer una necesidad determinada y surgidas, intencionadamente o no, en un contexto histórico y social concreto.

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Nosotros, los seres humanos, hemos consumido, sido expuestos o protagonizado, por siglos y siglos, una larga infinidad de representaciones escénicas. Con fines lucrativos, de forma voluntaria o coaccionada, cada una de ellas produce una experiencia en todas aquellas personas involucradas, tanto intérpretes como público. Dicha experiencia es uno de los grandes tesoros que guarda la fenomenología de la expresión artística. Y, ¿cómo podemos explicar “la experiencia”?. Quizás, para intérpretes o creativos en general, podríamos definirlo, de una forma simple dentro de la complejidad que en realidad presenta, como aquél proceso de expresar algo (una idea artística), a través de un medio determinado (los sonidos, por ejemplo) y con una funcionalidad concreta (como puede ser el transmitir un sentimiento de tristeza). Por otro lado, más allá del escenario, tenemos al público, que vive “la experiencia” como aquél que descifra el mensaje o idea propuesta por el emisor.  Ésta está codificada a través del movimiento, la dramaturgia y/o los sonidos entre otros de los lenguajes artísticos desarrollados por el hombre y dónde hemos encontrado comodidad desde que empezamos a interpretar y expresar símbolos.

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Actualmente, en muchas ocasiones y por diversos motivos, no se aborda la necesidad de dar valor a “la experiencia”, abocando a todas las personas involucradas a ser víctimas de la inercia del mero entretenimiento o, lo que yo subrayo como más importante, a no exprimir al máximo aquello que si podríamos haberlo hecho, a dejar en el tintero parte de la cosecha de un proceso de posible mayor satisfacción personal en todas las direcciones. Esta carencia la podemos encontrar tanto dentro del gremio profesional como el que no lo es, es decir, el amateur, no siendo más ni menos importante en ninguno de ambos.

Entonces…
¿Qué es exactamente hacer pedagogía de “la experiencia”?  ¿Cómo lo hacemos y de qué nos sirve?
Fijémoslo como aquél proceso a través del cual intentamos incrementar el nivel de satisfacción y autorrealización de todas las personas involucradas en una manifestación artística, así como a realzar el valor de ésta en sí misma. Realmente, se pueden proponer cientos de mecanismos y herramientas que favorezcan y den lugar a este proceso. escenarioDependiendo del contexto, de la propia naturaleza del tipo de espectáculo que tomemos por objetivo, de nuestra experiencia y del nivel de convencimiento que tengamos sobre el poder y utilidad de esto que propongo, pueden surgir cientos de ideas para llevarlo a cabo. Para exponerlo de una forma estructurada y elocuente, tomaré como referencia las preestablecidas fases en las que se divide cualquier producción artística:

     +Preproducción: Todo aquello que sucede desde que nace una idea hasta que se abre el telón. En esta fase es conveniente generar expectativas; hacer creer a artistas y público que van a disfrutar de una buena experiencia, algo que merece la pena y que tiene valor porque, en realidad, así es. Pero cuidado, porque si las expectativas generadas no se corresponden con lo que realmente podemos ofrecer, podemos dar lugar a una experiencia de fraude, algo reactivo para el arte.

     +Producción: ¡Se abre el telón! Dependiendo del formato del espectáculo, podemos echar mano de diversas herramientas que permitan interactuar a artistas y público; hablando, por escrito o cualquiera que imaginemos y tenga cabida en el formato del espectáculo. La finalidad está clara, ayudar a entender y hacerse sentir especiales a todas las personas involucradas en el proceso. Lograr una conexión permanente en la que la calidad de la interpretación y la concentración del público conformen un eje de respeto a “la experiencia” en directo.

     +Postproducción: La experiencia no cesa cuando los aplausos lo hacen. Aquellos que se vean capacitados han de ayudar a los demás a sentir el valor y a entender todo aquello que acaban de vivir, a completar el proceso de “hacer pedagogía de la experiencia” que empezó en la primera etapa expuesta. Un proceso de “feedback” a través del dialogo y la interactuación que ayude a completar el proceso y una de las principales funciones de las artes escénicas: emocionarnos y mostrarnos distintas formas de expresarnos y entender el mundo.

glacier_iceberg_under_waterCulminado el proceso, que, como ya se ha mencionado anteriormente, podemos realizar utilizando herramientas como la tecnología, la improvisación y, sobre todo, la creatividad, conseguimos motivar a todos aquellos que han disfrutado de “la experiencia”: artistas que creen en lo que hacen y un público emocionado y con interés.

No obstante, aunque todo lo expuesto en el presente artículo ha girado, como referencia, respecto a las artes escénicas como núcleo del mismo, se puede extrapolar y aplicar a otros formatos artísticos e íntegramente culturales tales como la visita a un museo, exposición o una charla literaria. Un proceso que nos permite transformar el mero entretenimiento en una experiencia, ayudándonos a sentirnos más humanos y a aprender a interpretar y a reproducir más allá de lo puramente técnico. Cualquier momento, herramienta o excusa es válida para generar cultura y aprecio por la misma porque, al fin y al cabo, es de las pocas cosas que nos aleja del animal que llevamos dentro y ayudan a que este mundo sea un lugar mejor.

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Eduardo Sánchez-Escribano García de la Rosa.

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